abril 05, 2009

El Sabor de los Silencios - Pte. I

Este es un cuento de
hace varios cientos de lunas atrás,
que ojalá puedan degustar..



Su vino se está acabando. Él mira el reloj a cada minuto, por si acaso el tiempo se acorta o pasa más rápido. No puede continuar ahí, está nervioso. Ainara lleva 20 minutos de retraso y a Bruno se lo están comiendo los nervios. Sus pies se mueven de un lado para el otro y su mano recorre los bordes de la copa. Dispone sus pies para pararse y emprender la huida. Prefiere pensar en que se fue con el orgullo en alto, pero claro, eso es a futuro. Ve pasar a la camarera y le pide la cuenta. Entonces, justo cuando ella le dice que en un momento se la traen, con un rápido movimiento de sus manos, ve por detrás la sombra proyectada de una silueta conocida, justo de la que estaba escapando. Ahí está ella, atravesando sus ojos. Sus manos están cruzadas, los brazos rectos sobre su vestido negro. Camina hacia él, mirándolo a los ojos y sonriendo. Bruno no puede hablar, ella está hermosa. Se acerca a la mesa. Disculpa por la tardanza -dice lentamente, pronunciando bien cada sílaba -No, no… no te levantes. Se aproxima a su cara y le da un beso en la mejilla, más cerca de la boca que de costumbre. Se sienta frente a él y sonríe. Estás hermosa –dice Bruno de forma entrecortada. Lo digo en realidad, estás bella –por si acaso no había sido entendible lo anterior. Ainara sonríe –Gracias. Ambos se miran a los ojos, adivinando cada frase que nunca dirán o por lo menos creyendo que pueden. La mesera interrumpe la transmisión de pensamientos. Por lo visto ya no quiere irse, ¿o sí? –Sonríe- ¿Le traigo el menú? Claro, claro –responde él.

Empieza una charla sobre el trabajo, como estuvo el día de cada uno, nada relevante en realidad. Solo las miradas dicen las cosas importantes pero sobre ellos dos. Ven el menú y piden primero una botella de vino. Rosado- le dice ella. Un Mateus Rosé, por favor –pide él.

Mientras traen el vino ambos leen –en apariencia- el menú. ¿Qué deseas comer? –le pregunta Bruno sin mirarla, a lo que Ainara responde que no apure tanto las cosas, que charlen un rato... Ahí se le cae la voz y él la mira - Deseo tus labios - piensa. Le traen la botella, Bruno la destapa y sirve primero la copa de ella, mientras Ainara lo observa. Si las miradas hablaran aquí ya se hubiera escrito un libro, cuatro bocas que conversan al unísono. Ella saborea el vino, dulce como le gusta, se pasa la lengua por los labios mientras siente su delicado sabor a frutas, sabe que Bruno mira mientras lo disfruta y a la vez Ainara disfruta que Bruno la mire. Beben sin decir palabra. Él pide algo para picar mientras deciden que comerán, una tablita para dos. Al momento se la traen. Todo está cortado tan pequeñito que parece que solo con mirarlo puede ser comido y el tenedor es demasiado grande como para agarrar algo sin que se escape, ambos usan sus dedos justo para que las manos se choquen cuando tratan de agarrar algún pedazo. Van acabando con las porciones del queso, jugoso y a la vez de seco sabor; también con las pocas aceitunas y las rodajas de salame, salado y algo picante con un ligero toque dulzón. Ambos miran una última aceituna, solitaria y brillante, con un minúsculo pedacito rojo en la punta, seductora como diciendo –Quiero enseñar lo demás pero tendrás que verlo por ti mismo- y ambos llevan su mano al ataque, sin mirar al contrincante ni pensar siquiera en que la mano del otro va en busca del botín de guerra. En el último segundo, ella lo ve, lo engaña con una mirada y atrapa el trofeo de su victoria. Bruno sabe solo para él que mil veces prefería ser vencido y verla pasear la aceituna por esos labios que otras tantas veces se imagino besando. Gracias –dice ella- gracias por esta noche. No hay gracias que valga, yo también estoy aquí y sabes bien que lo estoy disfrutando –dice él.

Se acerca la camarera. ¿Desean ordenar? –pregunta, con la mano lista para anotar. Bruno la mira, Ainara asiente. Veamos… Ordena primero tú –le pide él. Langostinos a la caribeña –dice ella, sonriendo, con las manos cruzadas sobre la carta. Que sean dos, por favor –dice él bajando la cabeza hacia un lado- Nada más por el momento, gracias. La camarera se va de prisa. Muy buena elección, ese plato es exquisito, ya lo probarás –dice Bruno sin apartar los ojos de la carta pero viéndola de reojo, fascinado con sus labios.

Se impone el silencio, ninguno sabe como empezar o continuar la charla. Él quiere decirle algo, pero no puede encontrar el valor que precisa para decir lo que, cree, ella ya sabe. ¿Dónde se metió, cuando más lo necesito? Después de un momento, habla ahora o calla para siempre: Sabes que me gustas ¿no? y debo decir… mucho… –dice, bajando con lo último un poco la voz pero aún así sorprendido de que se haya atrevido por fin. Ella sonríe y mira sus manos. Si, lo sé bien –dice, jugando con sus dedos. Separa una mano y agarra la copa de vino y acercándola a sus labios, lo mira fijamente. Solo los moja, para saborear ese gusto exquisito acompañado de un suave y dulce olor, que se va mezclando con la excitación de ver la mano de él acercándose a su propia boca y recorriendo su extensión.

Sin embargo, ese instante mágico termina, traen los platos. La camarera sitúa frente a Ainara el suyo, sugestivo a simple vista. Los langostinos brillantes, tostados ligeramente, con una ramita de perejil encima, como la rama de un árbol, y una pequeña porción de arroz blanco, como un copo de nieve, a un lado. El aroma, mejor dicho la fragancia de la miel mezclada con el olor a mar, esa composición única de sabores la envuelve sutilmente. Tan solo con eso siente un sabor dulce en la boca, ligero y especial. Extiende la mano y del plato de él, para provocarlo, saca un langostino por la cola con dos dedos y lo levanta un poco. Sus dedos están empapados en jugo caliente, de color café, que va cayendo en el mantel. Recién después de robarlo pregunta, de modo desafiante -¿Puedo?- llevándolo a su boca para recibir el tentador producto de mar. Sin esperar respuesta cierra sus ojos por un instante para jugar con su lengua, saboreándolo. Él se recuesta en su silla y la mira, nada más, -Adelante, sigue nomás- sonríe y extiende la mano, llevándola para un lado. No debí hacer eso, perdón – ella se tapa la cara con la servilleta. No hay por que el perdón, es solo un juego. Él acerca su mano a la de ella sobre la mesa, la acaricia pasando sus dedos por el dorso suavemente. ¿Que te parece si comemos?, esto se enfriará – dice ella al retirar su mano después de un instante. Claro, claro, comamos.



4 dijeron algo al respecto:

Camille Stein dijo...

es en el recorrido y la descripción de los pequeños detalles donde descansa el sabor de los grandes placeres...

un beso

Pike dijo...

Muy linda tu forma de relatar, tiene la suavidad de una caminata por la orilla de una playa.

angelcaido666x dijo...

Ta lindo el cuento : )

sigue sigue...

Albanella dijo...

Camille: Muy cierto, lo pequeño es para construir lo grande.

Pike: :) Bienvenido..

Hugo: Ya veras :)