abril 11, 2009

El Sabor de los Silencios - Pte. II



Cada uno se concentra en su plato. Bruno pone sobre el tenedor un poco de arroz ,pero la mitad se le cae a medio camino a la boca y Ainara se ríe. Él cierra un poco sus ojos, mostrando al parecer enfado. Agarra de nuevo otro montoncito, lo baña de jugo y se lo come rápidamente. Mis felicitaciones al Chef –comenta él. Tienes razón, este plato esta delicioso –asiente ella, bebiendo de su copa y mezclando la miel con el vino. Levanta los ojos, los cierra y siente el sabor, deleitándose con el placer de sus sentidos. Cada parte del plato tiene un color y cada sabor un matiz, juntos hacen una gama combinada de texturas intangibles que sobrepasa la capacidad de cada sentido por separado, haciendo un carnaval de contrastes cuyo descubrimiento antes era ajeno y ahora se hace suyo. Por eso te invité a este lugar –dice Bruno, sacándola de sus pensamientos- Sabía que te gustaría. Realmente sí, ¿Cómo lo conoces? –le pregunta ella. Unos amigos me trajeron hace poco tiempo y quería compartir el deleite contigo –dice él mirándola y tras una risa breve sonríe. Por lo visto te encantó la comida, lo digo por la expresión de autentico placer que haces durar con cada bocado –dice él, demostrando cuanto le gusta verla. Ella ríe, mirando hacia su plato. Más que nada vine por estar contigo –dice Ainara levantando la cabeza, con la cabeza hacia un lado. Él no sabe que decir, sigue comiendo mientras piensa. Desde hoy te necesito conmigo –lo piensa pero no lo dice, quiere hacerlo pero algo se lo impide. Se acerca la copa de vino a la boca y bebe un trago largo. Ella supone que es lo que está pensando y sonríe. Su frase tuvo efecto que ella quería. Ambos están terminando su plato. Comen en silencio.

La noche avanza, la gente se va yendo y el restaurante se va vaciando, pero ellos no se dan cuenta. Siguen en su juego de miradas y silencios llenos de frases no expresadas. La música sitúa ambos cuerpos en un universo paralelo donde solo ellos dos existen, como dos continentes separados por un mar de sabores que seducen hasta llegar a un final de la historia con cada último grano de arroz y fruto de mar complaciendo las exigencias impuestas por el bocado anterior. Y entonces, al terminar de comer, el molesto silencio, otrora delicioso, deja sentir su peso y muestra que las palabras deben ser dichas. ¿Deseas postre? –dice Bruno, rompiendo el incomodo mutismo. Creo que no, realmente estoy más que satisfecha –dice ella, recostándose en la silla. Un cafecito para estimular la digestión ¿sirve para eso no? –propone él. Creo que no, muchas gracias de todos modos –le dice ella, viendo las mesas contiguas –Casi no hay nadie en este lugar y me parece que ya se hizo tarde. Tienes razón, mañana todavía tenemos trabajo –agrega él- ¿Nos vamos? Está bien -dice, ella levantándose. Alza su saco del respaldar de la silla pero se queda parada. ¿Te viniste en automóvil? –pregunta él, esperando que no, para llevarla a su casa y alargar el tiempo que pueden estar juntos a solas. No, se quedó sin gasolina –dice ella sonriendo- por eso fue que me tarde en llegar, no arrancaba. Muy bien, te llevo entonces –dice él, sonriendo.

En el camino no hablan, cada uno está metido en su propio divagar por lo acontecido en la velada. Ainara sabe que ahí comenzó algo y espera que continúe bien. Bruno trata de calmarse, pues la tormenta de sensaciones tanto ahí como durante la cena, entre ellos dos y la comida misma lo tienen excitado y prefiere aparentar tranquilidad, para no llevar las cosas muy de prisa. Llegan a la casa de Ainara.

Bueno, llegamos –dice él, con la mirada hacia delante pero después se vuelca y la mira – ¿Te gustó la comida, el restaurante, la velada –sonríe con picardía- mi compañía? Fue una noche de lo mejor, todo lo que dices estuvo estupendo. Se acerca y le da un beso en la mejilla casi en la comisura de los labios. Me siento como colegiala -dice ella, muy cerca de su oído y riendo con inocencia- tú sabes por que… –y deja lo demás en suspenso. Buenas noches, te veo mañana y lo digo de nuevo, gracias por la velada -se despide ella. Buenas noches a ti –dice él, sonriendo. Ainara se baja del automóvil y mientras camina hacia la reja de entrada a su casa, sonríe contenta, aún saboreando lo que ninguno quiso decir. La noche dejó abierto el silencio, que a veces, permite decir más que las palabras.



abril 05, 2009

El Sabor de los Silencios - Pte. I

Este es un cuento de
hace varios cientos de lunas atrás,
que ojalá puedan degustar..



Su vino se está acabando. Él mira el reloj a cada minuto, por si acaso el tiempo se acorta o pasa más rápido. No puede continuar ahí, está nervioso. Ainara lleva 20 minutos de retraso y a Bruno se lo están comiendo los nervios. Sus pies se mueven de un lado para el otro y su mano recorre los bordes de la copa. Dispone sus pies para pararse y emprender la huida. Prefiere pensar en que se fue con el orgullo en alto, pero claro, eso es a futuro. Ve pasar a la camarera y le pide la cuenta. Entonces, justo cuando ella le dice que en un momento se la traen, con un rápido movimiento de sus manos, ve por detrás la sombra proyectada de una silueta conocida, justo de la que estaba escapando. Ahí está ella, atravesando sus ojos. Sus manos están cruzadas, los brazos rectos sobre su vestido negro. Camina hacia él, mirándolo a los ojos y sonriendo. Bruno no puede hablar, ella está hermosa. Se acerca a la mesa. Disculpa por la tardanza -dice lentamente, pronunciando bien cada sílaba -No, no… no te levantes. Se aproxima a su cara y le da un beso en la mejilla, más cerca de la boca que de costumbre. Se sienta frente a él y sonríe. Estás hermosa –dice Bruno de forma entrecortada. Lo digo en realidad, estás bella –por si acaso no había sido entendible lo anterior. Ainara sonríe –Gracias. Ambos se miran a los ojos, adivinando cada frase que nunca dirán o por lo menos creyendo que pueden. La mesera interrumpe la transmisión de pensamientos. Por lo visto ya no quiere irse, ¿o sí? –Sonríe- ¿Le traigo el menú? Claro, claro –responde él.

Empieza una charla sobre el trabajo, como estuvo el día de cada uno, nada relevante en realidad. Solo las miradas dicen las cosas importantes pero sobre ellos dos. Ven el menú y piden primero una botella de vino. Rosado- le dice ella. Un Mateus Rosé, por favor –pide él.

Mientras traen el vino ambos leen –en apariencia- el menú. ¿Qué deseas comer? –le pregunta Bruno sin mirarla, a lo que Ainara responde que no apure tanto las cosas, que charlen un rato... Ahí se le cae la voz y él la mira - Deseo tus labios - piensa. Le traen la botella, Bruno la destapa y sirve primero la copa de ella, mientras Ainara lo observa. Si las miradas hablaran aquí ya se hubiera escrito un libro, cuatro bocas que conversan al unísono. Ella saborea el vino, dulce como le gusta, se pasa la lengua por los labios mientras siente su delicado sabor a frutas, sabe que Bruno mira mientras lo disfruta y a la vez Ainara disfruta que Bruno la mire. Beben sin decir palabra. Él pide algo para picar mientras deciden que comerán, una tablita para dos. Al momento se la traen. Todo está cortado tan pequeñito que parece que solo con mirarlo puede ser comido y el tenedor es demasiado grande como para agarrar algo sin que se escape, ambos usan sus dedos justo para que las manos se choquen cuando tratan de agarrar algún pedazo. Van acabando con las porciones del queso, jugoso y a la vez de seco sabor; también con las pocas aceitunas y las rodajas de salame, salado y algo picante con un ligero toque dulzón. Ambos miran una última aceituna, solitaria y brillante, con un minúsculo pedacito rojo en la punta, seductora como diciendo –Quiero enseñar lo demás pero tendrás que verlo por ti mismo- y ambos llevan su mano al ataque, sin mirar al contrincante ni pensar siquiera en que la mano del otro va en busca del botín de guerra. En el último segundo, ella lo ve, lo engaña con una mirada y atrapa el trofeo de su victoria. Bruno sabe solo para él que mil veces prefería ser vencido y verla pasear la aceituna por esos labios que otras tantas veces se imagino besando. Gracias –dice ella- gracias por esta noche. No hay gracias que valga, yo también estoy aquí y sabes bien que lo estoy disfrutando –dice él.

Se acerca la camarera. ¿Desean ordenar? –pregunta, con la mano lista para anotar. Bruno la mira, Ainara asiente. Veamos… Ordena primero tú –le pide él. Langostinos a la caribeña –dice ella, sonriendo, con las manos cruzadas sobre la carta. Que sean dos, por favor –dice él bajando la cabeza hacia un lado- Nada más por el momento, gracias. La camarera se va de prisa. Muy buena elección, ese plato es exquisito, ya lo probarás –dice Bruno sin apartar los ojos de la carta pero viéndola de reojo, fascinado con sus labios.

Se impone el silencio, ninguno sabe como empezar o continuar la charla. Él quiere decirle algo, pero no puede encontrar el valor que precisa para decir lo que, cree, ella ya sabe. ¿Dónde se metió, cuando más lo necesito? Después de un momento, habla ahora o calla para siempre: Sabes que me gustas ¿no? y debo decir… mucho… –dice, bajando con lo último un poco la voz pero aún así sorprendido de que se haya atrevido por fin. Ella sonríe y mira sus manos. Si, lo sé bien –dice, jugando con sus dedos. Separa una mano y agarra la copa de vino y acercándola a sus labios, lo mira fijamente. Solo los moja, para saborear ese gusto exquisito acompañado de un suave y dulce olor, que se va mezclando con la excitación de ver la mano de él acercándose a su propia boca y recorriendo su extensión.

Sin embargo, ese instante mágico termina, traen los platos. La camarera sitúa frente a Ainara el suyo, sugestivo a simple vista. Los langostinos brillantes, tostados ligeramente, con una ramita de perejil encima, como la rama de un árbol, y una pequeña porción de arroz blanco, como un copo de nieve, a un lado. El aroma, mejor dicho la fragancia de la miel mezclada con el olor a mar, esa composición única de sabores la envuelve sutilmente. Tan solo con eso siente un sabor dulce en la boca, ligero y especial. Extiende la mano y del plato de él, para provocarlo, saca un langostino por la cola con dos dedos y lo levanta un poco. Sus dedos están empapados en jugo caliente, de color café, que va cayendo en el mantel. Recién después de robarlo pregunta, de modo desafiante -¿Puedo?- llevándolo a su boca para recibir el tentador producto de mar. Sin esperar respuesta cierra sus ojos por un instante para jugar con su lengua, saboreándolo. Él se recuesta en su silla y la mira, nada más, -Adelante, sigue nomás- sonríe y extiende la mano, llevándola para un lado. No debí hacer eso, perdón – ella se tapa la cara con la servilleta. No hay por que el perdón, es solo un juego. Él acerca su mano a la de ella sobre la mesa, la acaricia pasando sus dedos por el dorso suavemente. ¿Que te parece si comemos?, esto se enfriará – dice ella al retirar su mano después de un instante. Claro, claro, comamos.